domingo, 17 de mayo de 2009

Las del “GRAN” Porvenir

El auge del crecimiento económico en un país, ¿potencialmente pobre?

Foto: Rosa Lucía Barreto Morales.

Por Cinthya Cabanillas Duran.


Quizás ser pobre no sea tan malo o ¿quizás sí? Es una respuesta bastante difícil para alguien que no pasa, realmente, por esa situación, pues verlo es más sencillo que vivirlo.
Rocío tiene 12 años y Rosa 80. Ellas, aparentemente son diferentes, pero tienen algunos factores en común: viven en El Porvenir, Trujillo, y están estrechamente unidas por un terrible mal: la pobreza.

Ambas pasan muchas horas en el perímetro de la Plaza Central de nuestra ciudad buscando la manera de ganarse un plato de comida. Una alegremente trabaja vendiendo golosinas y la segunda, debido a su avanzada edad, pide limosna en una calle céntrica. Lamentablemente les tocó vivir su grotesca realidad en un país donde los prejuicios sociales, las diferencias económicas y el gusto por el extranjerismo son sumamente amplios y claramente marcados. Aún así ellas, con sus más grandes esfuerzos, intentan subsistir en él.

Pura inocencia y bondad


Es el segundo domingo de mayo, o mejor conocido como el Día de la Madre. La Plaza de Armas del Histórico Centro de Trujillo está medianamente concurrida. Son al promediar las cuatro de la tarde y muchas familias están sentadas con bebes, esposos e hijos en las bancas. Unos sumamente entretenidos en su conversación, otros en el flash de una cámara, para obtener la mejor “foto del recuerdo”. Pero todas estas personas no aparentan ser netamente de la ciudad de Trujillo, aunque disfrutan del friolento ambiente que brinda el lugar; ¿y los demás trujillanos? Por el perímetro del centro histórico no se ven muchos. Cabe la gran posibilidad que los demás están disfrutando del mejor de los momentos en los Mall’s Real y Aventura Plaza, grandes emporios comerciales con algún corto tiempo de llegada a nuestra ciudad.


Entre la mediana multitud se divisan niños con bolsas en las manos y poco abrigados para los fuertes vientos que comienzan a rozar los cuerpos de los que se encuentran en el lugar. Entre algunos de ellos está la pequeña Rocío Gonzales Cáceres de 12 años, vendedora de chicles en la plaza de Armas.

No tiene mucho frío, pues ya está acostumbrada al tener dos años trabajando en el lugar y, por ahora, solo necesita estar a la expectativa de algún posible cliente. Su labor la realiza solo los fines de semana, de diez de la mañana a siete de la noche, que regresa a su hogar en El Porvenir, Alto Trujillo. Tiene dos hermanos, Carmen, de catorce años, y Jheyson, de ocho. La mayor trabaja en un locutorio en una esquina de la plaza central.

Con una gran sonrisa recuerda la fecha especial que se está conmemorando hoy. “Hoy es el día de la madre”, exclama. El destino de la suya y el motivo por el que no esté con ella celebrando este especial momento, en vez de encontrarse laborando, es que la suya también está trabajando. “Mi mamá tiene un puesto de menús en el Mercado Central, aquí cerquita, más tarde la saludaré, aún no la he visto, estoy trabajando desde las diez y ella salió temprano, como a las siete con las cosas para el mercado, por eso no la vi”, comenta.

Rocío, trabaja porque necesita ayudar a su familia, ya que son tres hermanos y el dinero que juntan sus padres no les alcanza para sostener la carga familiar.

A su corta edad se siente feliz y orgullosa de poder cooperar con sus progenitores, aunque sea vendiendo caramelos, y aunque esto le robe momentos con su familia y de su niñez. Aún así ella es feliz, y lo demuestra con su gran, dulce e inocente sonrisa. Ella sabe que no tiene de que avergonzarse “¡vergüenza no!, vergüenza si robara”, hermosa frase que evocó de su propias palabras.


Ahora… a los 80’

Foto: Rosa Barreto Morales.

Rosa Lucía Barreto Morales es una humilde abuelita de 80 años. Nació en Julcán y desde los 18 años vive en Trujillo. Tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres; los cuatro ahora radican en Cajamarca, están felizmente casados y la han abandonado.

Tiene una mirada llena de tristeza. Su esposo falleció hace más de ocho años, ella no recuerda el tiempo con exactitud, y vivía hasta hace cuatro con su hermano. Entre sollozos y contenidas ganas de llorar cuenta que su “hermanito” murió atropellado a causa de “un mal conductor”, como ella misma lo califica. Desde entonces vive sola en una casa en El Porvenir. “Vivo en Víctor Raúl, atrás del cerro, justo al frente de un pozo”, asegura.

Trabajó durante mucho tiempo como lavandera, cocinera, nana y muchacha del hogar hasta que debido a su avanzada edad ya no podía hacer nada. Ahora sola, con sus ochenta años encima y una rodilla molida a causa de una caída en una vereda, pues tiene catarata, pide limosna en el centro de Trujillo para poder tener “alguito que comer, pues ahora la comida está caro”, y ella ya no tiene trabajo, y al parecer, tampoco hijos.

Camina apoyada en unas muletas y carga con un balde en uno de sus brazos, en el que parece espera le echen alguna pieza de comida. Se traslada con dificultad, pero comenta “de no salir de mi casa, no tendría que comer.”

Es un poco triste pero al parecer para ella, este es un domingo más. Cuando se le pregunta si sabe que hoy es su día, “El Día de la Madre”, ella solo responde con una tierna sonrisa, y al recibir un afectivo saludo únicamente atina a decir “gracias señorita, muchas gracias”, mientras continúa sonriendo y sus ojos azules bailan entre un poco de cristalina agüita ocular.
La buena suerte, tristemente, no está hecha para todos por igual. Así, entre los fuertes y congelantes vientos de un domingo por la tarde, Lucía Barreto abandona a paso lento el jirón Bolívar de nuestro Centro Histórico; y posiblemente la pequeña Rocío haga lo mismo, pero aún al sentir frío el anochecer.

De la realidad

Pobreza. Palabra que desde su simple lectura emana en cualquier ser humano sentimientos de solidaridad y amor con el prójimo, así como preocupación y búsqueda exacta de interpretación.
Como señala una concurrida ciber enciclopedia “la pobreza es una situación o forma de vida que surge como producto de la imposibilidad de acceso y/o carencia de los recursos para satisfacer las necesidades físicas y psíquicas básicas humanas, que inciden en un deterioro del nivel y calidad de vida de las personas, tales como la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria o el acceso al agua potable y que es el resultado de procesos de segregación social o marginación.”

También se le considera como “falta o escasez”, según indica la Real Academia Española (RAE) desde su visión basada en el aspecto físico de esta situación; pero observado desde el aspecto espiritual, se le suele considerar como “una virtud, por implicar la renuncia a los bienes materiales (voto monástico de pobreza, junto con los de castidad y obediencia.)”, así lo explica la conocida enciclopedia virtual Wikipedia.

Según EducaRed Perú, portal educativo de internet promovido por la Fundación Telefónica, en nuestro país “la pobreza puede ser definida como aquella circunstancia económica en la que una persona carece de los ingresos suficientes para acceder a los niveles mínimos de salud, alimento, vivienda, vestido y educación.”

Pero la pobreza no es únicamente el estado ya definido en las líneas anteriores. Esta terrible realidad está sujeta a dos niveles que desprenden de ella: la pobreza relativa que se presenta “cuando no se tiene el nivel de ingresos necesarios para satisfacer todas o parte de las necesidades básicas” y la pobreza extrema que “es el estado más severo de pobreza.” Esta última se exterioriza cuando las personas no pueden satisfacer varias de las necesidades básicas para vivir (alimento, agua potable, techo, sanidad y cuidado de la salud).

En nuestro país el panorama económico a través de los años ha mejorado e incrementando positivamente. Se ha sentido, en mayoría, el crecimiento y desarrollo de ciudades en el interior del país, como Trujillo, Chiclayo, Cajamarca, Arequipa, con la presencia de los denominados Mall’, que sino son todos, al menos la mayoría, son puramente construidos por inversionistas extranjeros. También se le debe este “potencial desarrollo” a los tratados de libre comercio que ha firmado nuestro país con otros, por lo que el nivel de exportación creció, aunque claro, en los últimos meses debido a la crisis económica aminoró.

Sin embargo, las buenas noticias y el mejoramiento del nivel y/o calidad vida no llegaron para todos por igual. Según cifras del INEI, el 54% de la población del país es pobre y otro 14% de peruanos vive en condiciones de extrema pobreza. Realidad sumamente triste y preocupante para un país “en vías de desarrollo” y al que, por supuesto, “no afectaría la crisis económica.”

Una vida de Tamal

Compartida y variada práctica peruana tiene su sucursal sampedrana

Foto: Tamalera sampedrana en plena venta.
Por Cinthya Cabanillas Duran.
San Pedro de Lloc. Son aproximadamente las 9:30 de la mañana y en dos esquinas de las plaza de armas, se visualiza con claridad a cuatro señoras con trajes modestos y mandiles, cargando grandes canastas, sombrillas y con medianas mesas a sus costados, señalando por separado su espacio y preparando un ambiente para su trabajo diario. El turista se pregunta ¿qué es lo que sucede? o ¿por qué estas señoras están desempacando, de las grandes canastas, algunos utensilios en plena plaza central? Para los pueblerinos que transitan por el lugar, en dirección a su trabajo, a alguna actividad del campo o simplemente labores domésticas, es una de las mejores noticias del día: ¡Llegaron los tamales!

Casi de manera inmediata se empiezan a avecinar personas que, buscando tener un exquisito desayuno, quizás el segundo del día, van donde su tamalera favorita para degustar de este platillo o también su derivado, la no menos sabrosa humita, las cuales humeantes, suaves y un poquito jugosos van acompañadas de una zarcita, ají y hasta un vaso de cebada fresca y heladita si es que el cliente así lo desea.

Pasan las horas y conforme van avanzando la demanda del producto es mayor, sobre todo si es entre 11 de la mañana y medio día, donde el sol se expande, brilla, calienta fuertemente el ambiente y para entonces el movimiento en el lugar se torna superior. De pronto, de manera intempestiva se escucha el agudo grito de “¡Tamales, Humitas!” y es en estos momentos cuando el tamalito sampedrano se vuelve en un ¡boom! y el caserito que desee comerlo no tiene reparos en hacerlo sentado en una banca de la plaza de armas, como tal vez ya muchos lo están haciendo, si es que su tamalera preferida tiene ya sus escasos asientos copados por otros clientes que se les adelantaron, pues pasada la 1 p.m. este platillo se agota y a las 2 p.m. ha terminado su ciclo durante el día.


¿Qué es el tamal?

Tradición peruana. Humberto Rodríguez Pastor, en su libro “De Tamales y Tamaleros”, refiere que el tamal producido en nuestro país, en sus diferentes variedades, son exquisitos sabores y sazones, adquiridas en las distintas provincias donde se preparan. “Es un producto comestible hecho artesanalmente que tiene como sus principales componentes maíz molido, caldo de pollo o cerdo, manteca o aceite y pedazos de carne de pollo o cerdo, ají panca, huevo duro y la casi infaltable aceituna”, asegura.

Así mismo, revela que “esta profusión de conocimientos y los lugares donde se produce y consume se debe a que hubo platillos similares al tamal antes de la llegada de los españoles y, pese que la palabra "tamal" es de origen náhutal, es continuación histórica de esas viandas precolombinas”. Además agrega: “siendo parte de nuestra cultura gastronómica lo es también de casi todos los otros países latinoamericanos.”

Tamal Sampedrano


Foto: Humita sampedrana.
Pero ¿qué es lo que caracteriza al tamal peruano? La exquisitez radica en su variedad pues, como indica Rodríguez Pastor en su libro, “cada tamalera provinciana tiene su tamal con la sazón y característica de su provincia, tal como aprendió a hacerlo en su pueblo e inevitablemente con el gustito propio de su lugar de origen.”

Tal es el caso del tamal y humita sampedranos, los cuales con su exquisito sabor, color y presentación han logrado encantar y cautivar a todo tipo de paladar, desde el más exigente hasta aquel que sólo lo comía por probarlo, siendo así de amplio consumo en todos los sectores sociales, rompiendo las barreras de exclusión y distinción.

En el pueblo de San Pedro de Lloc, provincia de Pacasmayo (La Libertad), cuna y tumba del héroe de la independencia americana y teniente coronel de la caballería don José Andrés Rázuri, además lugar de residencia del prominente investigador italiano Antonio Raimondi, este platillo es parte ya de su cultura y tradición, pues año tras año su consumo, expansión y divulgación por distintas partes del Perú, debido a la excelencia de su sabor, es mayor. Gracias a esto, las visitas de turistas al pueblo por consumirlos y también por otros recursos turísticos, como el Bosque de Cañoncillo, el Museo Raimondi, Casonas Coloniales, las playas Puémape y Santa Elena, entre otros, han aumentado. Pero ¿qué existe detrás de la preparación y venta de estos insumos? Pues existe inevitablemente mujeres, sin las cuales no sería posible la existencia de dichos aperitivos, pues son ellas quienes, por tradición familiar, durante mucho tiempo se han dedicado a prepararlos a manera de un oficio para así subsistir económicamente y de igual manera pueda ser una forma de trabajo para sus hijas, las hijas de sus hijas y así, sucesivamente; personas sin las cuales no sería posible deleitar a nuestro paladar con estos platillos en San Pedro de Lloc: Las Tamaleras.

Confesiones de una Tamalera

Foto: Clientes y consumidores de tamal y humita sampedrana.

Aprendió a preparar los tamales y humitas a los 11 años y desde entonces dedica su vida a su venta. Isidora Ventura Rodríguez (59) abre la puerta de su hogar, comenta algunos detalles de su desempeño por las calles sampedranas y, además muestra el otro lado de la máscara: su escenario fuera de su oficio como tamalera.
Vestida de manera sencilla, con algunos gestos de extrañeza, quizás también sorpresa, pero esparciendo amabilidad y una gran sonrisa, para generar un ambiente de confianza, la señora Lola, casada y madre de dos jóvenes mujeres, confiesa que fue su madre, Albertina Rodríguez Reyes, la que la inició en este negocio desde muy pequeña, al ensañarle la preparación de este platillo y mandarla a ofrecerlos por las distintas casas en el pueblo.

Cuenta que una vez comprometida, a pesar de no contar con la aprobación de su entonces reciente esposo, decidió continuar con este trabajo porque le gustaba lo que hacía y así también sentía que aportaba algo a los fondos del hogar, ya que para a su parecer “es un oficio rentable.”
A diferencia de Angélica y Lupe, dos de las tamaleras más conocidas en la plaza de armas de San Pedro de Lloc, ella no realiza esta labor diariamente. “Yo no trabajo todos los días, solo un día por semana, los sábados, y también cuando tengo pedidos… es así que en un día normal realizo la labor de mi hogar como una ama de casa en quehaceres como es lavar, cocinar y planchar”, indica.

Sus días de faena laboral si son muy arduos. “Los viernes me levanto a trabajar a las 11 de la noche y comienzo la preparación. Me acuesto a veces a las tres de la mañana. De ahí salgo a vender a las seis”. Hace una muy corta pausa continua “antes uno podía salir a las once o doce de la mañana, pero ahora no, la gente quiere comprar tamales pero para el desayuno, por eso salgo yo a las 6 de la mañana, a esa hora ya estoy en las esquinas vendiendo”, resalta. Luego de culminada la venta, como a la una o dos de la tarde, sigue con su vida de manera rutinaria, se acaba el encanto y vuelve a las vestimentas y trajes del hogar.

Cuenta que en este oficio “es fuerte el trabajo, sobretodo la mala noche”, pero que aún así existen muchas cositas de este que le agradan y por los cuales no lo dejaría.
Sobre la trasmisión de costumbres en su familia con respecto a la preparación de estos platillos, Lola comenta “mis hijas son muy dormilonas. La menor que vive conmigo, está aprendiendo a preparar, la otra está casada. La menor ya ha aprendido algo, pero no para vender sino solo para el consumo de la casa. Ella solo sabe preparar humitas; yo siempre la estoy mirando cuando las prepara”.

Sin embargo añade que no cree que se extinga la tradición, pues ahora hay bastante competencia por parte de jóvenes tamaleras del pueblo joven San Pablo, un AA.HH cercano al pueblo, las cuales han aprendido también la preparación de estos platillos, pero que tienen una pequeña diferencia en el sabor, pues cada una tiene su secretito en la preparación, pero “aun así se mantiene la esencia del tamal sampedrano”.

No es tarea fácil conseguir su receta, pues su mirada y sonrisas denotan recelo, aun así suelta prenda, a manera de descripción a grandes rasgos, sobre los ingredientes para la preparación de tan exquisitos productos gastronómicos con su variable de diferenciación: el toquecito sampedrano. Para el tamal se utiliza escabeche, maíz blanco seco, unos dientecitos de ajos, para el color achote, aceite, sal, aceituna, pollo y para envolverlo hoja de plátano. Para la humita choclo, escabeche, unos dientecitos de ajo, aceite, también achote, sal y para envolverlo la misma panca del choclo. Pero, ¿por qué la humita es a veces más dulce? “Si el choclo es fresco sale la humita dulcecita, rica. Y si el choclo es guardado sale desabrida, solo se mantiene el sabor con la sal que le echan. Yo no le echo azúcar, al menos yo no lo preparo así”, dice Isidora.
¿Y qué es lo que piensan los clientes sobre la señora Lola, su trabajo y su atención? Marissé García Vértiz (19), integrante de una familia fiel cliente de ella, comenta “La señora Lola…una persona trabajadora, honrada, buena gente y que sobre todo sabe llegar al cliente. Sus tamales y humitas son deliciosos, agradables y exquisitos. Su producto es muy bueno, es rico…como ella no hay ninguna. Me agrada su buen carácter, siempre es amable con sus clientes, al menos eso he observado yo. Además da yapita, cuando llega a mi casa a veces le pedimos cinco soles de tamales y nos da uno más.”

Es precisamente después de escuchar este testimonio cuando cabe resaltar lo en algún momento dijo la señora Lola, pues al parecer es muy notorio en su labor. “Me gusta lo que hago…cuando no trabajo me azareo”.


Foto: Vista panorámica de la Plaza de Armas de Sampedro. En una de sus esquinas: Las Tamaleras.

Los Primeros de la C

Llegaron hace catorce años y continúan hasta hoy

Foto: Mercado Santa Teresa, Urb. Monserrate.

Mercados. Imaginar un pasado sin ellos es impensable. ¿Cómo sería nuestro presente sin su pasado? Quizás, sin ellos, no existiría un antecedente para la historia de los minimarkets y los grandes supermercados.

En la última edición del diccionario de la Real Academia Española su significado es simple, claro y corto, este dicta así: “sitio público destinado permanentemente, o en días señalados, para vender, comprar o permutar bienes o servicios.” Para los más modernos también existe una definición. En la enciclopedia virtual Wikipedia el significado de la palabra mercado es: “recinto en el que se venden artículos de primera necesidad, generalmente alimenticios. Los mercados están formados por puestos individuales que ofrecen productos de diversa índole con predominancia de los productos frescos: carne, frutas, verduras, pescado, etc. Se instalan en el centro de los barrios o localidades.” Puede que está última explicación se acerque más a nuestra realidad.

Para María Angela Custidio Padilla, ama de casa de 58 años, la palabra mercado significa, “lugar donde voy a comprar, casi diariamente, mis productos para cocinarle a mi familia” y las palabras Mercado Santa Teresa le son aún más familiares pues las explica como “rinconcito cercano a mi casa a donde voy a comprar mis verduras y otros alimentos para mi hogar”.
Foto: Entrada al Mercado Santa Teresa.
El Mercado Santa Teresa es una Asociación de Comerciantes Minoristas (Aconmste), ubicado en la manzana C, lotes uno y dos de la urbanización Monserrate. Fue fundado el primero de agosto de 1995 por veinticuatro comerciantes minoristas, todos trujillanos y fueron los primeros en llegar a la zona. A sus inicios contaban con veinticuatro puestos, todos registrados en su planilla interna, pero con el tiempo se retiraron dos. Desde aquellos años su horario de atención es de lunes a domingo de seis de la mañana a tres de la tarde.


En la actualidad, con catorce años de creación, cuentan con veintidós puestos registrados y tres puestos no registrados oficialmente dentro sus planillas. Además se encuentran organizados bajo una junta directiva, presidida por Tomás García Álvarez, de 53 años, quien es uno de los fundadores del recinto, el que para gusto de su caseritos continúa con el mismo horario de atención.

El recinto, que es alquilado, tiene como rubro específico la venta de tubérculos, menestras, cereales, frutas, verduras, carnes rojas, blancas y pescado. Si bien el lugar es relativamente pequeño, a simple vista o quizás por ánimos de curiosear, se observa que existen varios puestos que expenden los mismos productos. “Es una de nuestras estrategias para generar competencia, hemos establecido que dentro del mercado como mínimo deben existir dos puestos por cada especia y como máximo cinco” , asegura sonriente García Álvarez.

García además comenta que, socialmente, no tienen ningún problema del cual quejarse y que por el contrario “viven” en un ambiente de tranquilidad y armonía debido a su buena organización. Con respecto a la limpieza del lugar, explica que “diariamente cada uno es responsable de dejar limpio y ordenado su puesto, pues la cuestión de aseo corre por cuenta de cada dueño de su espacio”.

Foto: Verónica Altanares limpiando el interior de su puesto.


Desde hace cinco hasta acá

Foto: Marcel Aguilar, vendiendo sus abarrotes.

Marcel Aguilar Castrejón, de 30 años, trabaja desde hace cinco años en el puesto de abarrotes de Julia Castañeda.

Su rubro específico de venta es abarrotes de primera necesidad como fideos, aceite, atunes, papel higiénico, azúcar, leche, arroz, etc., estos dos últimos son los que más compran los caseros.

Al preguntarle qué es lo más alarmante que ha podido pasar en estos años por la zona, que los afecte directamente, él comenta enérgicamente: “La competencia cada vez es mayor, los puestos individuales y minimarkets que ves aquí en frente cada día nos roban más clientes. Aún así uno siempre tiene sus caseros”.

Aguilar Castrejón explica que por ser ellos moniristas adquieren sus productos en mercados más grandes. “Los de los puestos de abarrotes nos abastecemos del Mercado Mayorista, y los de ventas de especies y verduras normalmente del Mercado Hermelinda. Las compras se realizan de manera individual, cada uno es responsable de su puesto”, asegura.

Mientras atiende a uno de sus “caseros”, y con un fondo de fuertes voces conversando alrededor Aguilar hace su último esfuerzo por realizar dos cosas a la vez y cuenta que aquí pasa de todo. “Lo más chistoso que me ha sucedido ha sido tener que hacerle entender a una señora que sus tomates olvidados por ella, un día anterior a su regreso para reclamarlos, tuvieron que ser echados a la basura, pues con el calor se habían malogrado”, (risas).

Foto: Reportera Cinthya Cabanillas en el Mercado Santa Teresa.